El recalcitrante espectro patriarcal en la contienda electoral peruana del 2021

Sisa Poemape
5 min readApr 6, 2021

George Forsyth, Hernando de Soto y Rafael López Aliaga son tres versiones del mismo fenómeno. Tres personificaciones dentro del espectro del mito del buen y racional hombre blanco. Descendientes del poder oligárquico de inicios del siglo XX, los que increíblemente? (decepcionantemente) aún cuentan con los privilegios y la impunidad que otorga la casta. El primero, representante de la camaleónica facilidad con la que se puede migrar del mundo del deporte al de la política local — nada más y nada menos que en el epicentro del poder político del país: Lima. Elemento que nos recuerda que las calificaciones poco importan para acceder a puestos de poder en su caso. Y, dado que se trata de un concurso de popularidad, las parejas sólo pueden volverse instrumentales a ese proceso o desecharse tras lograr el cometido. Legalmente, no lo descalifica para acceder al puesto de jefe mayor de la nación tener en su récord agresiones a una mujer, su ex pareja.

El segundo, como para “hacer de mi propio abogado del diablo” y avanzar el argumento de las calificaciones y la meritocracia, representante de otro tipo de transiciones: las de modelo económico. La clase de ego que alimenta el narcisismo de mal gusto y motiva a ufanar laureles o vínculos con mujeres para orientarnos en “su relación con el Perú profundo”. Sugiriendo así que su apetito democrático se reduce a una conducta sexual que bordea el carácter predatorio. Fluido en arrogancia, pedantería y palabras anglosajonas pronunciadas con acento americano. Una estética específica del progreso. El tercero, la blancura patriarcal radicalizada a su expresión más facista. Aliado con las expresiones religiosas más conservadoras y represivas que se mantienen aferradas al poder en nuestro pobremente implementado laicismo estatal. Sin ningún demérito implementado por parte de las autoridades electorales a propósito de la campaña de odio que moviliza él y sus afines. El sujeto monólitico, la lectura mercantilizada de los seres humanos, transpuesta con el pragmatismo más burdo se encuentra en su respuesta frente a la despenalización del aborto en caso de violación de menores de edad: ofrecerles cuartos en un hotel de lujo hasta que puedan dar en adopción al producto del incesto.

Jhonny Lescano, Cesar Acuña y Julio Guzmán se ubican en otro cuadrante de este espectro patriarcal, son hombres racializados, con historias de migración y con monolíticas versiones del mito del progreso. Desde la trinchera del ya garantizado acceso al poder y la organización políticia partidaria está Lescano. Quien comparte con los tres anteriores su deseo por mantenerse impune, pues pretende que nos olvidemos tan rápidamente del autogolpe gestado por su partido como pretendió esfumar de la esfera públicas las acusaciones que recibió por acoso sexual. De acuerdo con su versión, fueron sólo calumnias. Desde el terreno más fértil para la retórica del progreso, los negocios y la educación, el señor Acuña. Quien a lo largo de su carrera política falla sistemáticamente en valorar el trabajo de otras a favor de la construcción mesiánica de su discurso político. Y, finalmente, en esa misma línea pero con mejor uso de las redes sociales y las tecnologías de la información, está Julio Guzmán. Su narrativa es en defensa de una tecnocracia progresista, progresista mientras se trate del discurso y no de la vida privada. Nuevamente, cuando se trata de los muchachos siendo líderes esto jamás podría descalificarlos. De la rama más afin a la violencia militarista: Urresti y Humala, para quienes las cifras hablan mejor de la poca conexión que han generado en esta contienda.

Finalmente, el fantasma que recorre la memoria del Perú, el Fujimorismo. La prueba que de la capitalización outsider al nepotismo hay menos distancia de la que se aparenta. Keiko Fujimori es la personificación viva de la extensión del poder patriarcal. La herencia de esta mujer fue la mentalidad dictatorial, un partido podrido y una posición populista que nunca imaginó tener una mujer a la batuta (por lo cual, siento cual ecuación matemática, no funciona). La retórica de la mano dura está hecha para los hombres o las mujeres blancas, históricamente hablando. Su caso es particularmente doloroso porque es la única otra mujer en la contienda y está abiertamente contra la agenda que defiende los derechos de las mujeres peruanas. Paradojas antiguas, lamentablemente.

Ahora, en retrospectiva, después de los fracasos de las mujeres de derecha como Meche Aráoz (¿se acuerdan de su presidencia de cinco minutos antes de tener que dejar entrar a Vizcarra para que salve el gobierno de PPK?) y Lourdes Flores Nano (¿se acuerdan de cómo los potoaudios destruyeron su carrera política?). Más aún, después de la manera cómo trataron a la remota posibilidad que alguien como Rocío Silva Santisteban asuma algún tipo de poder transicional, estoy convencida que es un monstruo grande y pisa fuerte. Temo que Verónica Mendoza pase a segunda vuelta y la vilifiquen, antagonicen y ataquen tanto que sea motivo para que el voto por oposición sea capitalizado a favor hombre liberal: la historia de la misoginia política. Temo que la contienda sea entre dos mujeres y la ineptitud de la cobertura ante tan novedosa composición desate otra forma de antagonismos tóxicos entre mujeres. Y que producto de ella nuestra primera presidenta sea la hija de un dictador. Temo que Verónica Mendoza efectivamente llegue al poder y la quieran golpear, se vuelva imposible gobernar o la arrinconen a formas de negociación que no nos cierre todos los canales para la rendición de cuentas. Sin embargo, nunca hice nada sin tener miedos, novedosos miedos en este caso, y más que nunca estoy convencida que el progreso no es linear. Al igual que Micaela Bastidas — ya que andamos en espíritu bicentenario, a pesar que la historia no le haya hecho justicia a su aporte como organizadora política en su momento, nuestra fuerza no está limitada por los ojos que nos analizan o analizarán injustamente o mediocremente en el futuro. Nuestra fuerza es más impetuosa y resilente de lo que una victoria electoral nos pueda garantizar, no la necesitamos para validar nuestra capacidad de permanecer, de sobrevivir y de florecer — que es inevitablemente política. Esta ya es una victoria para todas las niñas, jóvenes, adultas, todas y todes (sí, todes), y demás espacios de la sociedad que al ver a Verónica Medonza liderar esta campaña política sienten sus deseos de apoyo, progreso y respeto validados. No mitificados, no romantizados, no adueñados. Ahora, toca transformar esta victoria en un cambio factual. Voy a votar por ella porque es el camino al cambio.

--

--